El otro día decidimos salir a bailar y nos acercamos a una nueva milonga que no conocíamos y de la que tampoco teníamos referencias. Así que como «la aventura es la aventura» encaminamos nuestros pasos hacia dicho lugar.
La milonga se hallaba ubicada en una zona residencial muy bien comunicada, de fácil acceso, con los viales de circulación perfectamente asfaltados , con una amplia zona de aparcamiento y abundantes puntos de luz. Estacionamos justo bajo uno de ellos y nos dirigimos hacia un edificio de nueva construcción guiados por los destellos de un ultramoderno letrero luminoso.
La sala de baile, la milonga propiamente dicha, recuerda un circo romano o una plaza de toros. La pista es amplia y circular de parquet perfectamente nivelado y abrillantado. Pisarlo parece una profanación. Las mesas velador situadas al rededor de la pista están cubiertas de manteles escarlata y sobre ellos arden velas de diferentes fragancias. Al fondo, una barra que recuerda al mismísimo barrio de La Boca de principios del siglo pasado y que está atendida por un auténtico gaucho, simpático, dicharachero y que domina a la perfección el lunfardo.
La decoración del lugar, sin ser espectacular, le confiere un cierto regusto de cafetín parisino con mezcla de elementos modernistas. La
iluminación, suave, tenue y proporcionada, conforma un ambiente cálido y acogedor.
La música, manejada de forma singular por un DJ que conoce su oficio a la perfección está magníficamente combinada y seleccionada. Las tandas, de cinco o seis piezas cada una, están separadas por cortinas compuestas por un par de melodías de baile de salón (valses, boleros, pasodobles, salsa, fox o cha-cha-cha). El sonido, mantenido siempre al mismo nivel de decibelios proporciona al bailarín una sensación envolvente y placentera.
La dirección de la sala, que cuida el detalle, ofrece regularmente actuaciones en directo de artistas noveles y veteranos, cantantes y músicos que hacen las delicias de la concurrencia y que a la vez les sirve de promoción artística.
A esta milonga los milongueros van a bailar. Y bailar significa hacerlo con los conocidos y con los que no lo son. Es decir, procurando que las damas no planchen y que los caballeros no se duerman.
Definitivamente habíamos encontrado nuestra milonga ideal y por supuesto decidimos visitarla con la mayor frecuencia posible. En ese momento sonaba un dulce tango que me encanta «Acquaforte» y lo bailábamos casi levitando sobre el parquet completamente abstraídos, pero en la estrofa que dice «… cuarenta años de vida me encadenan, blanca la testa y viejo el corazón…» se produjo un hecho singular, la melodía se interrumpió y fue reemplazada por un penetrante y agudo zumbido… ¡DIOS MIO!, ESTABA SONANDO EL DESPERTADOR.
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